jueves, marzo 28, 2024

Sin un sistema de verdaderos pesos y contrapesos, legislativos, judiciales y empresariales, auguro un panorama crítico para la democracia.

Por Alejandro Martínez de la Cruz

En la política de intereses organizados, los intereses se auto-consideran, son calculados por los actores y son conscientemente reconocidos, Schmitter lo definía como “quién obtiene qué, cuándo y cómo en las luchas políticas de la democracia”.

Tras una jornada electoral poco usual, donde impero la violencia (pese a la negativa del presidente de reconocerlo), el abstencionismo, la apatía, el descontento, la infodemia (esa sobre información de noticias falsas), el clientelismo, acarreo y hasta la miseria de los propios partidos políticos, tenemos un recuento final, donde el apabullado es el pueblo, ese olvidado de Dios y de sus políticos, “pobre pueblo tan cerca de sus gobernantes y tan lejos de Dios”, digo esta frase esperando que al presidente le haga eco en su retorcida mente.

Con “retorcida mente” no quiero insultar a aquel animal político que tiene más de político que de animal, pues su manejo magistral de los medios de comunicación, de su capacidad impresionante de lograr comunicar y convencer, lo ponen a la altura de los grandes oradores y megalómanos de este planeta, Hitler, Mussolini, Gadafi, Idi Amin, entre otros, quizá el presidente antes de estas elecciones y aun después de ellas se plantea la siguiente frase de Albert Camus y su Calígula “¿Por qué no compararme con los dioses? Basta ser tan cruel como ellos”.

Los resultados obtenidos de esta elección histórica demuestran que la fuerza del partido Morena no puede tomarse a la ligera, pues evidentemente son un pulso y claro ejemplo de que el culto a la personalidad está dando resultados, pues 12 gubernaturas y la retención de la cámara baja (Cámara de diputados) no son poca cosa, son números más que favorables para el presidente, y su proyecto de transformación.

De la frase de Camus podemos ver ese común denominador de los personajes que ascendieron al poder a través de instrumentos políticos tradicionales, pero que permanecieron con síntomas de soberbia, egolatría, verborragia, y un alejamiento progresivo de la realidad o indiferencia ante el sufrimiento. Y si como ciudadanos consientes y con criterio y razonamiento propio, no nos damos cuenta que la victoria de este 6 de junio para el presidente lo coloca ya en este grupo de megalómanos y con estos rasgos que los caracterizan, entonces si debemos preocuparnos porque muy probablemente somos candidatos a cómplices de posibles genocidios y barbaries.

Esta megalomanía a la mexicana de setenta años de un partido hegemónico, 12 de una fallida transición y retorno a lo viejo y aún más a ese retroceso a los 70 años de hegemonismo en un sexenio (que dicho sea de paso lleva solo 3 años en el poder) no nos hacen abrir los ojos a que nuestro sistema político se ha basado siempre y en todo momento a esa adulación imperialista del presidencialismo mexicano, estamos muy mal como sociedad.

Quizá estamos empedrando el camino de Andrés Manuel López Obrador a esos excesos de regímenes comunistas como los de Mao y Stalin, y para ellos solo tenemos que ver la naturaleza misma del régimen que encabeza este mesías de Macuspana Tabasco.

Sin un sistema de verdaderos pesos y contrapesos, legislativos, judiciales y empresariales, auguro un panorama crítico para la democracia (que, aunque débil y en agonía sigue siendo democracia) y la vida pública y de libertades de nuestro país. Por ello debemos tener en claro que “el precio de la megalomanía en el poder, ha sido carísimo incluso después de dejar la silla presidencial”. 

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