domingo, octubre 13, 2024
Censura y Libertad de Expresión

Por Rubén Islas

El habla es lo que nos hace humanos, una construcción social que a transitado en la formación de las formas de vida, la torre de Babel de la que todos formamos parte. El lenguaje se hace en la vida humana; en la calle, en el campo, en los barcos, en los mercados, en los campos de batalla, en la familia, en la escuela, en la barriada, en el bajo mundo, en los medios de comunicación, en la internet, en las redes sociales, en la cotidianidad humana.

Se habla francamente desde la absoluta libertad de expresarnos como se nos da la gana. Con o sin cortesía el lenguaje determina al todo, pues tiene a su favor el arte de nombrar y calificar, por ello un lenguaje que no nombre y califique no es lenguaje, la comunicación sólo es posible con sustantivos calificados por adjetivos que denotan acciones, verbos.

A lo largo de la historia múltiples actores con poder social, religioso, político, cultural, grupal, tribal, ideológico o simbólico, han tratado de cercenar el uso libre y espontaneo del lenguaje imponiéndole un sentido moral o valorativo que clasifica a las palabras como buenas, malas o violentas. Así, existe un catálogo de palabras expulsadas de las buenas costumbres o de la corrección social o política. Desde el manazo materno o paterno que impone al infante no decir “malas palabras” hasta las sanciones penales por la comisión de delitos cuyos nombres varían según el grupo dominante del poder político, en una gama que va desde el conservadurismo más puro hasta el posmoderno woke.

A pesar de todos estos artilugios inquisitoriales de las relaciones de poder, el lenguaje libre siempre se ha impuesto frente al lenguaje de correccional moralina, porque se puede encerrar a las personas tras las rejas, pero no encerrar las ideas que salen de la boca.

La censura es la intervención o supresión material del lenguaje, que se expresa en el habla, textos, imágenes, películas o información, que los correctos ideológicamente consideran ofensivo, dañino, inconveniente o contrario a la moral o a sus valores.

La censura siempre se aplica desde el ejercicio de poder y se justifica por razones, grupales, ideológicas, políticas, morales o religiosas.

Hay, la censura moral que elimina lo que considera obsceno o moralmente cuestionable, como la pornografía; la censura política que se usa desde los gobiernos para ocultar información con el fin de controlar a la población y evitar la oposición; la censura religiosa, que retira o destruye aquellos materiales ofensivos para una fe particular; la censura grupal, que anula el lenguaje de los otros en aras de salvarse de la ofensa.

El arma más potente contra la censura es la libertad de expresión, ese  derecho fundamental que permite a las personas expresar sus opiniones e ideas sin temor a represalias o sanciones. Un derecho otorgado a los mexicanos, tanto en el artículo 6 de la Constitución como en el Artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos y en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.

Hablar sin cortapisas y sin temor a sanción alguna es un acto profundamente herético por el cual me pronuncio. Un hereje es ante todo un sujeto libre, herejía proviene del latín tardío “haeretĭcus”, que a su vez deriva del griego “αἱρετικός” (hairetikós), que significa “libre de elegir” y yo he elegido por la libertad absoluta de expresión sin barreras políticas, ideológicas, religiosas, grupales o de género.

La libertad de expresión es esencial para la difusión de las ideas y la manifestación de la verdad. Nos permite formular y comunicar lo que pensamos, algo crucial para el desarrollo personal y la participación en la vida pública.

Un Estado realmente democrático no le pone ninguna barrera a la libertad de expresión cuan dura, agresiva, grosera o violenta sea, ya que es la esencia del debate público que permite a los ciudadanos discutir, señalar, calificar (adjetivar) y criticar a las políticas y a los políticos, a las personas con poder que desde la Grecia clásica están sometidas a la ruda opinión pública, sin ella no hay democracia posible que valga.

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