jueves, marzo 28, 2024

A pesar de que el racismo está fincado en el discurso científico, es un fenómeno social, cultural y político que finalmente está inserto en las estructuras de poder y desigualdad en niveles extremadamente profundos: investigadora

El racismo es un fenómeno complejo y para poderlo entender, aprender y combatir es necesario abordarlo desde un punto de vista interdisciplinario, expresó la socióloga Olivia Joanna Gall Sonabend, investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH).

La también coordinadora del Seminario Universitario Interdisciplinario sobre Racismo y Xenofobia, señaló vía remota que es un fenómeno que parece no querer morir; de ahí lo indispensable de mantener diálogos interdisciplinarios constantes, porque no hay una única forma de tratarlo.

Al dictar la conferencia Las Razas no Existen, el Racismo sí, la especialista indicó que es un fenómeno grave; sin embargo, hay un enorme debate sobre la existencia de las razas o no.

SE CREÍA SUPERADO

Gall Sonabend expuso que hace más de un siglo se decía que el racismo había causado un enorme sufrimiento a diversos grupos y personas, pero que ya se estaba superando ese fenómeno.

Después de la Segunda Guerra Mundial la humanidad dijo que el racismo vivido en esa época jamás volvería a ocurrir, “no se permitiría un genocidio más por motivos racistas; desafortunadamente, vemos que este tipo de conductas parece no querer morir y sigue colocando a personas y grupos humanos en situaciones complejas, de inferioridad a unos y de superioridad a otros”.

Eso, dijo, hace que esa superioridad e inferioridad se consideren esenciales, es decir, del dominio de la naturaleza y sean permanentes, invariables y sustanciales. Por ello, a esa forma de crear inferioridad y superioridad se le cosifica y se vuelve esencialista, lo que hace que se vuelva un fenómeno difícil de atacar y modificar.

Mencionó que por racismo debe entenderse un sistema social estructural que constituye una forma de sentir, pensar y actuar, construida en torno a una característica específica de la creación de diferencias humanas, llamada racial.

La socióloga universitaria destacó que, a partir del siglo XVIII, esa manera de sentir, pensar y actuar se convirtió en uno de los más poderosos aparatos clasificatorios y jerarquizantes de las maquinarias de poder creadoras de desigualdad y dominación.

Aunque no es el único sistema estructural en los ámbitos social, político económico y cultural que genera diferencias radicales en términos de desigualdad, poder y dominación, el racismo en general actúa junto con otras condiciones como clases, género y diferenciación étnica, entre otras, “lo que complejiza aún más su capacidad de crear desigualdades”.

Por otra parte, citó que en 2003 la ciencia concluyó la secuenciación del genoma humano, avance científico que demostró a plenitud que todos los seres humanos del planeta, más allá de nuestro origen, etnicidad, lengua y color de piel, en nuestro ADN somos 99.9 por ciento idénticos, mientras que uno por ciento de las diferencias entre nosotros se aloja en nuestro genoma.

Si las sociedades fueran consecuentes con dicho adelanto, el racismo habría caído al día siguiente, “porque éste nació a partir de una serie de realidades sociales, políticas y económicas, pero también basadas en supuestos descubrimientos de unas ciencias no sólo naturales, sino también sociales que, al parecer, confirmaban –aunque nunca lo lograron– que los humanos sí estábamos divididos en razas”.

Si la ciencia decimonónica nos condujo a pensar que dicha tesis era cierta, ¿cómo es que la ciencia moderna del año dos mil no nos lleva a considerar lo contrario?, cuestionó la especialista.

Asentó que a pesar de que el racismo está fincado en el discurso científico, es un fenómeno social, cultural y político que finalmente está inserto en las estructuras de poder y desigualdad en niveles extremadamente profundos.

Por último, puntualizó que en México cada quien, desde sus entornos, posibilidades, historias y contextos, debe pensar en cómo combatirlo –sin implantar una lucha antirracista–; pero que todos los países vayan hacia el objetivo común: “erradicarlo hasta donde sea posible, pues se trata de un sistema estructural de poder tremendo y violento”.

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