viernes, marzo 29, 2024

La gran cantidad de mutaciones hasta el momento son neutrales o en deterioro de su capacidad.

Por Baruch Díaz Ramírez / Francisco Medina/UNAM

En los últimos meses el mundo ha centrado su atención en el desarrollo de vacunas y tratamientos que ayuden a combatir la pandemia de COVID-19. Para este fin se ha desarrollado, como nunca en la historia, una gran capacidad tecnológica y científica que permita conocer aceleradamente todo acerca del nuevo coronavirus SARS- CoV-2, pero sobre todo, la posibilidad de que mejore su capacidad de contagio o incremente su letalidad.

A partir del cinco de enero del 2020 la comunidad científica publicó la primera secuencia del material genético de este nuevo coronavirus y para noviembre ya existían más de 180 mil secuencias del genoma. Un hecho sin precedentes en la historia de la humanidad y que nos ayuda para estimar la velocidad de propagación de un brote o epidemia, identificar a los animales que originaron los primeros contagios y a desarrollar nuevas vacunas y tratamientos dirigidos contra el virus.

Gracias a esta gran cantidad de información genética sabemos que su cadena de RNA sencilla codifica para cuatro proteínas que le confieren una estructura. La principal es la proteína en espiga o S de la que deriva su forma en corona. La proteína S se une a las células humanas mediante el receptor ACE 2 para poder entrar y es el principal objetivo del sistema inmune para neutralizar al virus y eliminarlo, así como de casi todas las vacunas en desarrollo.

Como todos los virus, el nuevo coronavirus puede mutar y generar nuevas variantes del SARS-CoV-2, afortunadamente éstas no son muy frecuentes comparadas con otros virus respiratorios. Hasta mayo se habían detectado más de 300 variantes en el gen de la proteína S. Estos cambios pueden disminuir o aumentar la capacidad de un virus para contagiar o generar daño celular.

La buena noticia es que la gran cantidad de mutaciones hasta el momento son neutrales o en deterioro de su capacidad, aunque éstas representan una advertencia de la capacidad de los virus para evolucionar. Recientemente han llamado la atención dos mutaciones de la proteína S: la D614G y la A222V, ambas sin haber modificado significativamente la proteína pero que se encuentran en observación debido a que estas modificaciones, de continuar, pueden afectar la capacidad de los anticuerpos que genera nuestro organismo para neutralizar el virus o incluso la capacidad de las nuevas vacunas en desarrollo de generar una protección efectiva.

Los científicos han observado que estas mutaciones se concentran en la región de Europa y en especial han notado que la A222V ha ocurrido alrededor de 11 mil veces en más de 160 mil secuencias de genoma cargadas en la base de datos mundial para el SARS-CoV-2.

Es importante entender que la dinámica de las variantes genéticas en una población se establecen en una región del mundo por la intensidad de transmisión de la epidemia pero también por el número de veces que se introducen en esta región a través de la movilidad y migración humana.

En las últimas semanas se ha hablado sobre estas variantes del virus y su capacidad para incrementar la capacidad de contagio o letalidad en los humanos, al respecto cabe mencionar que los resultados que evalúan las mutaciones in vitro o en animales de laboratorio no necesariamente se traducen en un aumento de la transmisión o mortalidad a gran escala con una especie tan diversa, como lo es la del ser humano.

Incluso se han identificado otros componentes más importantes hasta el momento, como factores de riesgo asociados con una mayor letalidad o la presentación de complicaciones de COVID-19, como la edad mayor a 60 años, el sexo masculino o inclusive enfermedades como la hipertensión arterial o la diabetes.

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